Desde hace quince años vivimos la polarización, la razón no puede fisurarla, la emoción está dormida. ¿Qué papel juegan quienes se dedican a la música en esos momentos eternos y aciagos? Hasta el momento no tenemos una solución que beneficie a todos, o por lo menos a la mayoría. La música en Colombia es sinónimo de parranda y evasión de la realidad. Pareciera que el hálito hitleriano viene impregnado en los acordeones de quienes cantan vallenatos que amansan a las fieras como diría el buen Sabina, y bailamos al ritmo de los fusiles... de cualquier bando. El ¿país? sigue adormilado, nadando en una nata de inmundicia pero intentando no hacer olas.
Los peces argentinos no se dieron el lujo de quedarse dormidos. Conocemos sus voces porque resonaron en nuestros parlantes, y aún los cantamos. Pero no hemos entendido la situación. Hasta que la parca vestida de militar no llegue a tocar a nuestras puertas en las ciudades imbatibles, como le sucedió a los peces argentos, no despertaremos.